Crucifixión: Carta de Pilato al Emperador Romano Augusto César. 2º Entrega

Segunda entrega de la carta que Poncio Pilato dirigió al Emperador Romano Augusto César sobre la Crucifixión de Jesús.








VI. Este es, pues, aquel a quien Herodes, y Arquelao, y Filipo, Anás y Caifás, me entregaron en connivencia con todo el pueblo, haciéndome mucha fuerza para que lo juzgara. Y así, aun sin haber encontrado a su cargo causa alguna de delitos o malas acciones, mandé que le crucificaran después de someterle a la flagelación.


VII. Y mientras Jesús era crucificado, sobrevinieron unas tinieblas que cubrieron toda la tierra, quedando obscurecido el sol a mediodía y apareciendo las estrellas, en las que no había resplandor; la luna cesó de brillar, como si estuviera teñida en sangre, y el mundo de los infiernos quedó absorvido; incluso lo que era llamado santuario desapareció, a la caída de éstos, de la vista de los mismos judíos; finalmente, por el eco de los truenos repetidos, se produjo una hendidura en la tierra.


VIII. Y, cuando todavía cundía este pánico, aparecieron algunos muertos que habían resucitado, como atestiguaron los mismos judíos, y dijeron ser Abraham, Isaac, Jacob, los doce patriarcas, Moisés y Job, las primicias de los muertos, como ellos dicen, que fallecieron hace tres mil quinientos años. Y muchísimos de ellos, a los que yo pude ver también aparecidos corporalmente, se lamentaban a su vez a causa de los judíos: por la prevaricación que estaban cometiendo, por su perdición y por la de su ley.


IX. Duró el miedo del terremoto a partir de la hora sexta del viernes hasta la hora nona. Y, al llegar la tarde del primer día de la semana, se oyó un eco procedente del cielo, mientras éste adquiría un resplandor siete veces más vivo que todos los días. Y a la hora tercia de la noche apareció incluso el sol brillando más que nunca y embelleciendo todo el firmamento. Y de la misma manera que los relámpagos sobrevienen de repente en el invierno, así apareceiron súbitamente unos varones, excelsos por su vestidura y por su gloria, que daban voces semejantes al fragor de un enorme trueno, diciendo: «Jesús, el que fue crucificado acaba de resucitar. Levantaos del abismo los que estáis presos en los subterráneos del infierno». Y la hendidura de la tierra era tal, que parecía no había fondo, sino que dejaba ver los mismos fundamentos de la tierra, entre los gritos de los que estaban en el cielo y paseaban corporalmente en medio de los muertos que acababan de resucitar. Y aquel que dio vida a los muertos y encadenó al infierno decía: «Dad este encargo a mis discípulos: Él va delante de vosotros a Galilea; allí podréis verle».


X. Por toda aquella noche no cesó la luz de brillar. Y muchos de los judíos perecieron absorvidos por la hendidura de la tierra, de manera que al día siguiente no compareció gran parte de los que habían estado en contra de Jesús. Otros veían apariciones de resucitados, a quienes ninguno de nosotros había visto. Y en Jerusalén mismo no quedó ni una sola sinagoga de los judíos, pues todas desapareieron en aquel derrumbamiento.


XI. Así, pues, fuera de mí por aquel pánico y cohibido por un temblor horrible en extremo, he hecho a vuestra excelencia la relación escrita de lo que mis ojos vieron en aquellos momentos. Y, poniendo además en orden lo que hicieron los judíos contra Jesús, lo he remitido a vuestra divinidad, ¡oh Señor!»


Fuente: Los Evangelios Apócrifos, por Aurelio De Santos Otero,


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